jueves, 3 de agosto de 2017

El culto de Ochoun


     Ráfagas húmedas de viento llegaban desde mar, algunas calientes y otras más templadas agitando las palmeras en todas direcciones. Era el atardecer, entre las rocas se podían ver las iguanas y serpientes refugiarse de la tormenta que llegaba. Las pulidas columnas de los Tiempos Excelsos brillaban con un agradable color rojizo. En la arena, con las manos temblorosas Chime el hechicero sujetaba con firmeza un libro de conjuros forrado con piel humana.

     Su aprendiz Astounn lo observaba con ojos entrecerrados, el viento le molestaba; como habitante del Valle de Indum estaba acostumbrado a un calmado frío desértico, el mar le pareció demasiado grotesco con su agitación. Chime, su maestro, le había explicado que seres gigantescos e indescriptibles se encontraban en las profundidades. 

     Su maestro sujetaba el libro de las Tierras de Om, cuna de la humanidad donde el hombre era pequeño entre arboles gigantes en cuyas grietas se escondían saurios carnívoros. Al joven aprendiz no le gustaba observar el libro -nunca se lo había dicho directamente a su maestro- los dioses descritos le parecían siniestros, “aquellos que destruyeron la primera humanidad” pensó en una ocasión. Chime levantó el libro en alto nombrando antiguos dioses, su cuerpo estaba salpicado de sudor después de bailar sobre las líneas propuestas por el Ritual de Ochoun, realizó las invocaciones adecuadas diciendo: “Gran Rey de Ochoun, soy tu sirviente, caminaré por las arenas hasta llegar a los pozos de fuego de tu enemigo, usaré la magia contra aquellos que no se arrodillen ante ti, acéptame como parte de tus guerreros”, luego con un colmillo de lobo se rasgó la piel del pecho y brazos, y arrojó sangre a su alrededor. Finalmente gritó levantado los brazos hacia el mar: “Soy tu sirviente por todos los tiempos, en todas las guerras”.

     Austounn se había alejado de la playa para situarse detrás de una de las columnas cuando alguien a la orilla de playa gritó: “Miserable brujo, el Rey ordena tu muerte, tu cuerpo será devorado por lagartos”. En ambos lados de la playa llegaron guerreros del Rey Nacuum cubiertos de pieles de lobos y oso, corrían hacía Chime con afiladas rocas en sus manos. Chime los observó con terror, los guerreros, en cambio, no pronunciaron ninguna otra palabra; no se detuvieron a observar los dibujos que había trazado el hechicero en la playa, no buscaron al aprendiz. Austounn se escondió entre la hierba antes de ser visto. 

     Chime apretó su boca con firmeza, no quería morir como un cobarde, los guerreros estaban a poca distancia para destrozar su cráneo a golpes; en ese momento una mandíbulas de dientes afilados sujetaron su pierna. El hechicero sintió miedo mezclado con valor, observó la arena, gruesas lenguas comenzaban a elevarse. Los guerreros, en cambio, siguieron corriendo con furia en la mirada, levantando sus rocas en alto, cuando estuvieron a unos pasos de Chime fueron capturados por enormes lenguas de serpiente. El hechicero fue tragado por la arena mientras gritaba pidiendo piedad, al mismo tiempo los guerreros eran descuartizados por las pegajosas lenguas que los atraparon. 

     Austounn observaba todo mientras intentaba enterrarse en la hierba debido al miedo, pudo ver la mirada perdida de su maestro que era tragado por la arena y los guerreros gritando de dolor al ser partidos en pedazos. Luego salieron de la arena unos hombres cadavéricos con piel despellejada que prendieron fuego a los restos humanos y borraron los símbolos de la playa; al final éstos se enterraron en la arena como muertos que buscasen su descaso eterno. 

     En la playa no se veía indicio de ritual alguno, el fuego consumía los huesos de los guerreros, no había sangre ni tampoco pisadas, el libro de Chime no había sido llevado a las profundidades de la arena, quedó cerrado con sus correas de cuero lejos de las cuerpos en llamas.

     Austounn había visto prodigios de la magia, la forma en que Chime había sido llevado a otro reino de una forma espantosa lo convenció de haber presenciado un gran poder, por ello tomó el libro para convertirse en el nuevo maestro.

Por: Joel Correa