Arturo
se acercó al velador del panteón por su espalda, éste se encontraba viendo
televisión en su oficina; el tipo de vigilantes que no esperan a alguien tan
temprano. Sentado con el cuerpo flojo y sin apartar la vista de una aburrida
película a blanco y negro no escuchó lo pasos que lo acechaban. Arturo tomó un
palo de escoba y le dio un fuerte golpe en la cabeza, fue tan directo y en la
cima del cráneo que el hombre se desmayó, había recibido un golpe directo pero
no había muerto. Él no tenía intenciones de asesinarlo por lo que lo amarró y
lo colocó sobre un viejo sillón. Todo había comenzado, lo considerarían un
delincuente y por la edad del velador podrían acusarlo de intento de homicidio,
pero nada importaba, lo importante era que logaría el propósito de esa noche:
pasar una noche en el panteón. Después de salir el teléfono no lo había
desconectado, ni tampoco busco un sistema de radio en la oficina, pero ya era demasiado tarde, había tomado el reto y bastaba
esperar a que amaneciera. Quería demostrarles a todos que no era un cobarde.
Durante
la noche se sintió aburrido, no había fantasmas, ni ruidos, nada de zombis o
muertos saliendo de sus tumbas. Para entrar escaló la puerta principal y sin
que nadie lo viera logró entrar. El lugar estaba frío y solitario y visto con
la lámpara, que tenía poca batería, era tal como se ve de día, como se ve
cualquier otro lugar lleno de muertos, únicamente con restos de gente bajo tierra.
Pensaba en todas las historias de fantasmas que contaban en la escuela y en
familia y que le aseguraba su padre que eran ciertas… O igual de tramposas que
lo ocurrido el día que su amigo Oscar lo llevó al fondo de la escuela
secundaria. “¿Puedes ver esa ventana que está al final? Dicen que es de una
casa embrujada”, le había dicho su amigo al tiempo que llegaban sus otros
compañeros corriendo detrás de él. Lo habían amarrado y le gritaban que lo
dejarían ahí para que se lo llevara una bruja. Su amigo Oscar salió también
corriendo, todo era una trampa.
Llegaron
los recuerdos de los abusos de sus compañeros, la ocasión que lo dejaron sólo
en el bosque un día de excursión. Era la secundaría, era un viaje a una zona
montañosa, y ni recordaba dónde había sido. Lo habían abandonado a mitad del
camino “Corre, corre o te quedarás”… todos lo habían hecho enojar durante toda
la vida, tratando de espantarlo con cosas que no existían. Ahora en
preparatoria les iba a demostrar que no tenía miedo “Tú nunca entrarías al
panteón porque eres un cobarde” le habían dicho en una fiesta. Salían todos de
clase y había una fiesta en que beberían un poco, y como siempre, Arturo fue el
centro de atención debido a sus ya conocidos miedos, muchos conocidos y muchos
inventados; miedo a la noche, a sus compañeros, a quedarse sólo; era el alumno
que todos maltrataban.
La
noche fue tranquila, se había sumido en sus recuerdos desde el momento que
entró, caminó a través de las tumbas observando y disfrutando del leve viento.
A su alrededor estaban las tumbas con sus cruces y ángeles que lo vigilaban, no
había ningún tipo de ruido; para darse una mayor seguridad realizó un pequeño
recorrido, considerando no visitar la sección más antigua, la cual sí le daba
miedo. Pasaron las horas y prefirió quedarse dentro del callejón que formaba un
grupo de tumbas que simulaban mausoleos, en su recorrido no había encontrado
otra cosa que el siseo del viento. Eligió el lugar como refugio, había
acomodado una cama de periódicos, su cajetilla de cigarros y su medio litro de
tequila. Se había prevenido de no emborracharse; tomó un trago y pensó qué
dirían todos sus compañeros. Juan, Carlos y Diana sabían que iría al panteón
esa noche y ya comunicaban a sus compañeros lo ocurrido; esa noche nadie creyó
lo que se decía, y así los padres de Arturo no se enteraron de nada.
Escucho
un leve quejido en la tumba en que se encontraba recargado, salto de miedo y
tuvo el impuso de correr, de escalar a saltos la puerta principal. Escucho
detenidamente y descubrió que era el viento al pasar por su pequeño callejón,
ya estaba un poco bebido y sin que se diera cuenta ya había llegado la media
noche, quedaban seis largas horas para el amanecer. Los árboles se movían con
un extraño ritmo, era como si gigantes bailaran a su alrededor, sintió un poco
de miedo, también observó pequeños
arbustos que movían cerca de él. Se dirigió al final del rincón, se cubrió con
su chamarra la cara y prefirió no ver hacia afuera, lleno de miedo comenzó a
gritar y pedir ayuda. Nadie lo escuchó, el viento que se movía en todas
direcciones retenían sus palabras. Su cuerpo lo comenzaba a sentir frío y
llegaron a su mente las palabras de sus compañeros, de sus padres, de sus
familiares. No podía saber que decían esas palabras y petrificado por la
sensación se desfalleció durante unos minutos.
Paso
la noche sin ningún suceso extraño, había imaginado muchas cosas y no llegó a
su escondite el fantasma que muchos decían que vagaba ahí, de la supuesta
llorona que cada año visitaba el lugar, o el espíritu del anterior velador.
Pasaron cuatro horas después de la media noche, por suerte no estaba es
despierto a las tres horas – la supuesta hora maligna -, tampoco había
escuchado gatos chichando como niños, ni brujas volando por los árboles. Faltaba
poco para que saliera el sol y la noche no era realimente fría, decidió salir a
caminar un poco. El silencio lo aterro, esperaba que algo lo hiciera correr, en
cambio no había nada a su alrededor, algunas tumbas estaban abiertas y con
miedo observo hacia adentro, estaban vacías, las bóvedas que estaban alrededor
del panteón tenían flores marchitas, los ángeles vigilaban pero eran de tamaño
tan pequeño que no daban miedo. Pasaron las horas y logró mantener la calma.
Pudo ver el cielo mucho más claro, incluso algunas
estrellas que apenas alcanzaban a verse desaparecieron. La noche había
terminado y el panteón era como una fotografía vista desde el momento en que
entro, caminó con calma y se dispuso a terminar con su reto. Probaría a todos
que no era un miedoso y que además las historias de fantasmas eran una
tontería. Ahora podría patearles el trasero a todos, saldría y lo verían todos
con respeto. Avanzó considerando que se quedaría un momento junto a la reja de
entrada, y dentro del panteón, para que lo vieran sus amigos, a su lado podía
ver los pasillos interminables de tumbas y ángeles, ya más nítidos por la luz. Fue cuando sintió un fuerte jaloneo en su
tobillo, cayó al suelo lastimándose la cara y codos, sintió que algo lo
arrastraba hacía atrás. Era la mano de un muerto que no lo dejaba salir del
panteón, lo sujetaba del tobillo con tanta fuerza que le fue imposible zafarse.
En el suelo, y jadeando de miedo, y sin poder gritar, Arturo jaló su pierna lo
más fuerte que pudo; frente a él estaba la puerta y no podía creer lo que le
estaba pasando. El lleno de desesperación tuvo paro cardíaco y no logró
escapar. Antes de morir miró la puerta y todo se nubló, intento alcanzarla pero
lo invadió el dolor y el miedo… no se pudo ya mover.
Al siguiente día los vecinos reportaron un posible cuerpo
sin vida en la entrada del panteón. La policía llegó junto con el vigilante,
que habían encontrado amarrado y temblando de frío en su oficina. Revisaron el
cuerpo de Arturo, lo encontraron con un cable enrollado al tobillo y con el pie
casi cercenado.
El vigilante narró cómo lo había golpeado y amarrado para
dejarlo casi sin vida y agradeció a los policías que lo hubieran ayudado. El doctor
que revisó el cuerpo desenredo el alambre que Arturo tenía en su pie, “con la
poca visibilidad de la madrugada pisó un alambre y al jalar su pie se hizo un
fuerte nudo” narró el médico a los forenses que ya habían llegado al lugar. Se
dictaminó que había muerto justo a la salida del sol, a las seis de la mañana, debido
a un paro cardíaco por el accidente ocurrido.
Los policías reían un poco y la gente ya comenzaba a
mirar con morbo la entrada del panteón. El sol calentaba la mañana y en la
ciudad se daban las terribles noticias a familiares y amigos.
Por: Joel Correa