miércoles, 14 de octubre de 2020

viernes, 21 de agosto de 2020

La legión, por Joel Correa

1. 


La esfera pasa de una mano a otra, entre estas manchadas de suciedad por buscar comida en los botes de basura, tiene un tamaño algo mayor a una pelota de golf. La acarician unos dedos con quemaduras de cigarro, pensativo el vagabundo la mira tratando de interpretar las formas de su interior. El objeto es transparente, elaborado de un cristal muy delgado pero no tan frágil como el vidrio, lo sabe porque lo ha comprimido en su manos sin lograr romperlo; en su interior observa un vapor color violeta muy obscuro. Cualquiera diría que se trata de un juguete. El hombre, no tan mayor, apenas con un poco de barba mira alrededor, no quiere curiosos, mucho menos a los policías tratando de observar entre sus cosas cuando no tienen un trabajo de verdad. Sin dudarlo guarda su esfera y se dirige al interior de una casa abandonada al final de la avenida, ahí donde consume su dosis diaria de fentanilo, heroína, alcohol, lo que encuentre a la mano, la dosis que siempre promete dejar de lado para seguir con su antigua vida como taxista; pero, lo sabe, no tendría sentido porque ahí comenzó su vida monótona, él no tenía dudas de su persona, era un drogadicto y había mucho por delante. Sobre todo ahora, sin él saberlo, con el futuro dentro de su sucia chaqueta de cuero. 

A su alrededor nadie lo observa, lo rodea una extraña aura de invisibilidad, quienes caminan apurados con sus portafolios, hablando con sus dispositivos móviles se retiran a su encuentro, no lo ven, simplemente siguen su camino, los automovilistas escuchan todo tipo de música y los semáforos cambian de color del rojo al verde forma inmediata para dejarlo cruzar la avenida, algo realmente inusual pero no le da mucha importancia. Un par de policías toman café sin dirigirse palabra alguna, contemplan el horizonte con la misma cara ensoñadora de un par de jóvenes. “Ellos pueden ver a las personas pero no lo inexplicable”, piensa y sigue su camino riendo un poco para sí. No observa a su alrededor, nadie lo sigue, lo sabe, abre la oxidada puerta de la casa abandonada haciéndola chirriar, para continuar con las indicaciones del tipo de la gabardina. 

Unas horas antes estaba sentado observando a las personas, era parte de su día a día, le ayudaba a evitar la ansiedad, luego un hombre de gabardina negra pulcra con la palabra Mo —la cual creyó leer— grabada al frente lo observó con paciencia, detrás de éste estaban sus proveedores, un tipo llamado Karlin y otro del cual no quería saber nada; se sintió ofendido, no era parte del sistema invitar a un tercero a una transacción. 

“Sé que nos esperabas a nosotros, pero él es parte del equipo, tiene algo nuevo para todos los miembros”, dijo Karlin con la característica depresión que marcaba sus actitudes. “Entonces debe ser algo importante…”, respondió el vagabundo con desgana; no tenía intenciones de probar los hongos si era el caso. El hombre de la gabardina que parecía un sacerdote de motociclistas le dijo: “Esto es parte de una entrega especial, sólo para clientes selectos, debe colocarse sobre el fuego, es una sola dosis y no puede ser compartida. Nunca.”, luego le entregó la extraña esfera llena de vapor violáceo; era algo extraño, precioso entre sus manos. Cuando miró al frente ya se habían retirado sus proveedores. 



Dentro de la habitación principal de la casa abandonada siente escalofrío, es un adicto y no una rata de laboratorio, sin embargo sabía que sostenía algo muy preciado, algo nuevo en el mundo de la química motivacional, algo conocido por todos como el “consumo de sustancias recreativas”; un término lleno de vaguedad usado para atraer personas inexpertas en una actividad en verdad peligrosa. Con la necesidad de algo nuevo se acerca a un rincón donde amontona algunos leños y hojas secas, coloca en el centro la esfera y se dispone a comenzar el proceso. 

En ese instante alguien toca la puerta, anteriormente el vagabundo la había cancelado con un madero; es insistente el ruido, sin duda, piensa son otros vagos esperando una dosis, siempre olfateando a los otros para satisfaces sus necesidades. El vagabundo dentro de la habitación no contesta, ya tiene el encendedor en la mano y no está dispuesto a entregar su parte; ni hablar de la política de dosis única. Para él todo está centrado en lo secreto, el asunto es su secreto, eso basta. Comienzan a golpear la puerta en forma desesperada, las personas de alrededor ya deben escuchar el escándalo. Con toda la calma del mundo enciende la flama, la acerca a las hojas secas amontonadas, éstas parecen impregnadas de alcohol porque el fuego enciende la pequeña pira al instante. La esfera vibra un poco y se disuelve como si fuera agua, el hombre no deja de ver sorprendido el proceso; fuera ya patean la puerta de forma desesperada parece ya un tumulto de personas tratando de abrirse camino. El vapor de la esfera emerge disipándose en toda la habitación, es violáceo pero brillante, casi fosforescente. Él absorbe todo lo que puede en sus pulmones. 

La puerta se abre de golpe, otros dos vagabundos entran a la casa, la cual es un cuarto con todo alrededor lleno de basura, conocen a Albert, conocido por todos como All. Les molesta la actitud de su compañero de calles, el cual nunca comparte información, además de adquirir producto de forma discreta. Un aislado dentro de los aislados. Pero la escena los deja congelados, dos hombres de túnicas negras y mohosas sostienen a All totalmente desorientado mirando hacia la pequeña fogata del rincón; la actitud de los hombres con túnicas es arrogante. El primer hombre en entrar, un vagabundo gordo con mirada astuta, los mira directo a la cara para, justo en ese momento, morir sin aliento, sorprendido al ver unos rostros descarnados con enormes dientes puntiagudos como de pirañas. El otro hombre, flaco, con la mugre de años, también ve el rostro de los hombres con túnicas negras, luego observa cómo atraviesan lo que parece ser una pared ennegrecida, para perderse igual que los fantasmas. Sale corriendo del lugar con desesperación hacía la avenida, donde un automóvil lo arrastra igual a un trapo sucio. Para ese momento el drogadicto llamado All cree ser llevado por un par de policías a través del desierto arenoso, tratando de llevar el paso de quienes casi lo arrastran, intentando ver el horizonte con arena en los ojos. En su interior, esa parte tan necesitada de sustancias extrañas, se siente mucho mejor, igual a sus años de juventud, todo tan claro como la luz del día pero bajo un cielo de brillantes estrellas.