Gracias a mí el comedor del seguro social funciona para
todas las personas. Por entonces, esos años, trabajaba ahí en el seguro social
y me encargaba de supervisar a los trabajadores. Quien fuera por sus medicinas
podía comer algo a cualquier hora sin tener que esperar tanto tiempo, en lugar
de estar ahí sentadas disfrutaban de uno de sus derechos. Le dije al director
en ese entonces “No quiero que los trabajadores coman delante de los enfermos,
no quiero verlos comiendo tortas ni refrescos tampoco. Hace falta un comedor
incluso para las personas de la sala de espera”. El director me miró con una
sonrisa burlona y yo espere su respuesta sin miedo “Usted es nuevo en todo esto
y no va a llegar a mandar, aquí se hace lo que yo diga”, y me regaño como nunca, reprendiéndome
también por otras mejoras que yo había propuesto, me dijo que yo no tenía nada que
hacer más que obedecer siempre, que yo era otro trabajador más. Yo por dentro
me reía, él no sabía que yo estaba grabando la conversación, debajo de mi manga
tenía una grabadora. ¡Lo estaba grabando y no se daba cuenta de nada! Entonces
me dije a mí mismo “Ya veremos quién gana”.
También hable con la trabajadora social y le dije “quiero
que todos ustedes coman bien, un desayuno diario, todos juntos, me refiero a
todos los trabajadores y la gente de la sala de espera”. Ella me dijo que no
había problema que se podía hacer, que mi propuesta se podía poner en marcha. A
pesar de mi diabetes yo iba y venía para ver que se le ofrecía a cada quien en
ese entonces, tuve por suerte el aprecio de todos. Además que yo conocía a la
trabajadora social, ahora la señora Carla, desde siempre, desde que ella era
pequeña ¡Yo había sido el padrino de Carla! desde pequeña yo la abrazaba y
visitaba a sus padres para conversar con ellos. Carla era entonces una niña
pecosita y alegre que corría hacía mi cuando yo los visitaba, me decía
padrinito que grande estas, y yo me sentía alagado al imaginarme viejo y aun
abrazándola. Ya grande ella de edad me trataba con más distanciamiento pero
siempre saludándome y escuchándome gracias al cariño que tuve hacía ella y sus
padres, don Jorge y doña Clara.
Tres días después coloque frente al director del seguro
todos los expedientes de los trabajadores sin medicamentos. Eran los
expedientes que él bien conocía, eran los expedientes de los trabajadores sin
medicamento. Era de compañeros que tenían meses sin medicina. Los expedientes
cayeron por su peso golpeando el escritorio del director, él se sorprendió al
sentirse atrapado y dio mil excusas. Que los medicamentos siempre llegaban con
retrasos, que todo estaba controlado por computadora, que algunos llegaban
tarde a la cita y había que reprogramar todo. Resalto mucho el asunto de la
computadora y yo le dije “¿dónde está que el lado humano?”. Me dijo que lo
pensaría, vería que hacer y no era tan delicado todo, que se podía resolver.
Después de entregar los expedientes me cito para hablar
conmigo de manera privada. Me recibió como si fuera su gran amigo “Pase Don
Sami, lo estaba esperando”, extendió sus manos y casi me abrazaba, yo me mostré
cauteloso caminando lentamente, y con tanto alago mejor me senté para escucharlo con atención.
“Ya tenemos la medicina para los trabajadores, que se presenten mañana por la
mañana”, lo dijo casi con sinceridad pero no le creí nada, así que le pedí un
documento firmado con su declaración. Entonces se molestó y me dijo que sabía
lo de la grabación “yo lo tengo grabado y puedo evidenciarlo en el sindicato”
entonces el replicó “usted me cae muy bien que le parece si pasamos al asunto
del comedor, y en cuanto a los expedientes que los trabajadores que se
presenten poco a poco”. Sabía que trataba de chantajearme pero me mostré
optimista y le dije con amabilidad “voy ahora mismo al sindicato para que se
presenten los muchachos”.
Doña Tere del Sindicato Textil Revolución me pidió que la
apoyara en todo lo referente a los expedientes, así que para darle solución a
todo nos fuimos a la huelga. Se acordó esto para no dejarnos intimidar del
director del seguro. Don Juan José era el esposo de Doña Tere. Don Juan, hace
muchos años ya, quería ir a los Estados Unidos y viéndome que yo tenía rostro
de viajero me pidió que lo llevara a la frontera. Yo no conocía más allá de mi
pueblo pero por un amigo se hace todo lo que se puede. Fuimos Don Juan y yo
hasta la frontera, llegamos a un desierto enorme, ahí cerca de Ciudad Juárez,
no sabíamos dónde estábamos pero yo dirigido por el sol camine hacia el norte.
El me seguía con miedo, en la frontera hay víboras, cadáveres y mucho sol. El calor
pudimos aguantarlo y para otras cosas nos dimos valor, éramos finalmente
hombres de campo. ¡Caminamos dos días! El agua ya no nos alcanzaba y fue cuando
llego la suerte. Frente a nosotros había una ciudad mediana y con grandes
rascacielos, la claridad permitía ver hermosas catedrales y calles estaban llenas
de automóviles. Estábamos en los Estados Unidos. Lo deje cerca de la cuidad y
le dije “hemos llegado aquí trabajarás muy bien, yo tengo que regresar”, él me
pidió que me quedara a trabajar también, que era mejor seguir juntos “Me
esperan en casa, vine por la gran amistad que tengo contigo”. Don Juan muy
contento fue a la ciudad que estaba frente a nosotros, yo en cambio regresé por
ese horrible desierto, tenía un litro de agua pero como era de noche regresé
muy bien. Todo esto lo sabía Doña Tere y me tenía tanta estima que yo me sentía
confiado en cuanto a la huelga, por el gran favor que le había hecho a su
esposo podía confiar en ella.
Quince días estuvimos a la espera de los medicamentos,
sin respuesta del seguro social ni de la fábrica. Los compañeros no teníamos
dinero ni comida. Fue cuando empezó la parte más difícil para nosotros. Nos habían
corrido del trabajo.
Lo que no sabían en la fábrica es que gracias a mi
entrenamiento militar yo era experto en cacería y pesca. Iba al cerro a cazar
conejos diariamente y del río sacaba unos pescados enormes. Por ese entonces
había mucho conejo en el cerro y yo no me daba abasto a su búsqueda. Visitaba
mis compañeros para darles un conejito y un pescadito. Para mi quedaba siempre
un pequeño conejo o una liebre. Diariamente daba un conejo a Doña Julieta, su
esposo llamado Mauricio, que al ser muy pobre, salía a trabajar al campo
mientras no tenía actividad en la fábrica. Ella me recibía con un fuerte
abrazo, yo los salvaba de la pobreza. También visitaba a Carlos, a Esteban y a
Juan, que vistos sin paga salían a trabajar en los establecimientos del pueblo.
En la fábrica no esperaban que resistiéramos tanto tiempo, pero la comida en
nuestros hogares no faltaba.
Tuvimos una junta con toda la gente del sindicato y el
presidente municipal, por lo polémico de nuestro caso. Los principales puntos a
tratar fueron el aumento de sueldo y el seguro social de los sindicalizados.
Estaban en la reunión los principales ingenieros de la fábrica, doña Tere, dos
de los socios y mis tres amigos Carlos, Esteban, Juan y Mauricio. El presidente
municipal Don Transito ya estaba enterado de todo, él por su trabajo hacía años
que no sabía de mí, pero en cuanto me vio dijo lo siguiente “yo meto las manos
a la lumbre por este hombre”, todos se voltearon a verme y se quedaron sorprendidos.
Entonces dijo uno de los socios “estamos para lo que usted diga señor
presidente”. Lo que no sabían en la reunión era que yo conocía desde la
juventud a Don Transito. Cuando yo tenía mis quince años de edad me atreví a
presentarme a una linda mujer que pasaba por el jardín central. Vi sus ojos
azules y parándome frente a ella le dije “Mi nombre es Don Sami”, y a ella le
dio risa mi buen modo, me presente de forma educada, pero a la vez lo chistoso
de mi nombre hizo que se riera. “Eres muy educado” me dijo, yo en cambio, en
lugar de quedarme como tonto, quería continuar con una plática más amena, sus
ojos eran hermosos y lo delgada que era la hacía ver muy linda. Me di cuenta
que ella era de buena familia y yo era solo un hombre de clase media, y no
pobre porque eso ofendería a mis padres que tanto trabajaban, más bien un poco
por debajo de su condición. Quería continuar la plática cuando paso Transito
mirando a todos lados, fue el momento para salir de esa situación, era en ese
entonces uno de mis grandes amigos “Transito, debes conocer a…”, “Lucero”, ella
lo miró con estima y se notó que al momento se enamoraron los dos. Yo me sentí
triste por perder tan grata oportunidad pero Transito era mi amigo, y por la
gran amistad que le tenía lo deje con ella.
Discretamente para alejarme caminé entre los árboles y arbustos del
jardín. Tres años después Transito y Lucero celebrarían una gran boda en la
Parroquia de la Luz. Por ello Don Transito me tenía en alta estima, la mujer
más hermosa del pueblo fue su esposa gracias a ese momento. En fin, viendo
todos que el presidente me tenía en estima y él explicando que conocía el caso
del seguro social, y claro la forma en que yo traté el asunto sugería que era
mejor buscar una solución. En lo referente al apoyo que en el pasado había dado
a Transito no dijo nada, la discreción era parte de nuestra amistad. Se acordó
que teníamos que ir al seguro social a presentarnos para acordar nuevas citas,
y que nos iban a atender puntualmente. Y en lo referente a la huelga decidimos
levantarla por las buenas propuestas que nos habían hecho a mí a mis
compañeros.
Revisaron nuestro caso y llevaron a declarar a la reunión
al ingeniero que nos había corrido del trabajo. Los socios de la empresa lo
reprendieron duramente ya que no podían cesarnos de nuestras actividades
mientras hubiera huelga. Entonces había sido ilegal que nos quitaran el empleo,
y sabían los del sindicato lo grave de nuestra economía; claro, sin decir ni
una palabra nosotros en lo referente a los ricos conejos que comimos esa temporada.
Decidieron que teniendo nosotros quince días sin sueldo,
y por los años trabajados, podíamos pedir
nuestra jubilación. A todos nos faltaban de dos a tres años para cumplir
con la empresa, así que lo pensamos bien y aceptamos la propuesta. Hubo compañeros
que se lo tomaron a mal pero siempre supimos que teníamos que dejar todo en
manos de la gente joven. Con doña Tere al frente tampoco les iba a faltar nada
y lo del seguro ya estaba en un acuerdo. Primero tuve que firmar yo y así mis
amigos pudieron mostrar confianza. La huelga se había levantado con un ligero
aumento al sueldo, era poco pero la fábrica había visto que no estaba frente a
gente débil, luchamos y hasta obtuvimos nuestra jubilación.
La nueva trabajadora social se llama Norma, es hija de
Carla, cada que voy por mi medicina me dice “¿Padrino Sami cómo está?” y yo le
contesto ocultando mis achaques “¡Hija, visitándote con mucho gusto!”. Me
abraza igual que como cuando era niña “Pase primero a platicar un rato padrino”.
Me da mucho gusto ir porque me reciben con estima. Norma platica siempre un
poco conmigo y también los trabajadores me buscan para pasar un rato junto a mí,
saben que en esos años la huelga dio un poco para todos y no nos detuvimos.