sábado, 9 de septiembre de 2017

Entramado de telarañas, por Joel Correa.


            Una enorme araña escribe una novela, lo hace en una vieja máquina de escribir, el sonido de las teclas es pausado, un ritmo meticuloso; sus colmillos sostienen un cigarro. A la derecha un periódico en la sección de crímenes, da dos golpecitos con una pata sobre un cadáver de mirada desconsolada. El título de la novela: Las telarañas de los humanos.

            La araña no enciende el cigarro, éste gotea una baba blanca y viscosa; continua escribiendo:

      Frente a un taller mecánico se estacionó un automóvil —un automóvil cualquiera— dentro dos jóvenes escuchaban música y observaban sus teléfonos móviles. En el taller mecánico un hombre conversaba con su hijo mientras el encargado del taller buscaba algo al fondo.
      Los jóvenes del automóvil observaron fijamente al mecánico, éste se sintió nervioso y se dirigió rápidamente al padre e hijo que le esperaban. Los jóvenes bajaron del automóvil y dispararon contra los tres, padre e hijo murieron al instante con un rostro de sorpresa. El padre apenas encendía un cigarro, ni siquiera logró dar la primera calada.
      El mecánico fue herido de bala en una pierna, sangraba cuantiosamente tratando de tapar la herida sin soltar una bolsa de cocaína que tenía en sus manos; era un traficante de droga. Los jóvenes armados se fueron del lugar sin mirar atrás, sin acelerar demasiado su automóvil, sin dejar de escuchar música. 
      Los humanos tejen una telaraña de sangre, comenzando desde una parte lejana y luego hacia el centro. Los crímenes los realizan en grupo, trazando finalmente un entramado de muerte donde las presas -humanos siempre- viven con miedo. Su territorio se traza, junto con la muerte, con mentiras, drogas y viles intrigas. Se puede decir que compiten por ser el más malvado entre sí.
            La araña termina su escrito, guarda las cien hojas escritas en un viejo portafolio de piel, enciende un cigarro. En el exterior lo esperan un grupo de arañas-policía, sus cuerpos negros brillan con intensidad bajo el sol, sus gorras policiales ocultan sus numerosos ojos, uno de ellos con mirada extraviada dice: “Sabemos que escribes sobre las drogas,… eso se paga con la muerte”. Con temor observa nuevamente las gorras policiales y descubre que no son genuinas; se le cae el cigarro de la mandíbula justo al ver la metralleta de un presunto policía. Apenas cae el cigarro al suelo y una ráfaga de disparos penetra su cuerpo. La araña cae inerte con una docena de disparos mientras su novela queda cubierta de sangre y fluido viscoso.

            Su escrito no llega a publicarse, al día siguiente el crimen aparecería en periódicos como un simple asalto.

FIN


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