Una enorme araña
escribe una novela, lo hace en una vieja máquina de escribir, el sonido de las
teclas es pausado, un ritmo meticuloso; sus colmillos sostienen un cigarro. A
la derecha un periódico en la sección de crímenes, da dos golpecitos con una
pata sobre un cadáver de mirada desconsolada. El título de la novela: Las
telarañas de los humanos.
La araña no enciende el
cigarro, éste gotea una baba blanca y viscosa; continua escribiendo:
Frente a un taller mecánico se estacionó un
automóvil —un automóvil cualquiera— dentro dos jóvenes escuchaban música y
observaban sus teléfonos móviles. En el taller mecánico un hombre conversaba
con su hijo mientras el encargado del taller buscaba algo al fondo.
Los jóvenes del automóvil observaron
fijamente al mecánico, éste se sintió nervioso y se dirigió rápidamente al
padre e hijo que le esperaban. Los jóvenes bajaron del automóvil y dispararon
contra los tres, padre e hijo murieron al instante con un rostro de sorpresa.
El padre apenas encendía un cigarro, ni siquiera logró dar la primera calada.
El mecánico fue herido de bala en una pierna,
sangraba cuantiosamente tratando de tapar la herida sin soltar una bolsa de
cocaína que tenía en sus manos; era un traficante de droga. Los jóvenes armados
se fueron del lugar sin mirar atrás, sin acelerar demasiado su automóvil, sin
dejar de escuchar música.
Los humanos tejen una telaraña de sangre,
comenzando desde una parte lejana y luego hacia el centro. Los crímenes los
realizan en grupo, trazando finalmente un entramado de muerte donde las presas
-humanos siempre- viven con miedo. Su territorio se traza, junto con la muerte,
con mentiras, drogas y viles intrigas. Se puede decir que compiten por ser el
más malvado entre sí.
La araña termina su
escrito, guarda las cien hojas escritas en un viejo portafolio de piel,
enciende un cigarro. En el exterior lo esperan un grupo de arañas-policía, sus
cuerpos negros brillan con intensidad bajo el sol, sus gorras policiales
ocultan sus numerosos ojos, uno de ellos con mirada extraviada dice: “Sabemos
que escribes sobre las drogas,… eso se paga con la muerte”. Con temor observa nuevamente
las gorras policiales y descubre que no son genuinas; se le cae el cigarro de
la mandíbula justo al ver la metralleta de un presunto policía. Apenas cae el
cigarro al suelo y una ráfaga de disparos penetra su cuerpo. La araña cae
inerte con una docena de disparos mientras su novela queda cubierta de sangre y
fluido viscoso.
Su escrito no llega a
publicarse, al día siguiente el crimen aparecería en periódicos como un simple
asalto.
FIN
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