viernes, 6 de julio de 2018

Viaje en autobús, por Joel Correa


          “Las mujeres comenzaron a usar desodorante cuando dejaron de usar falda, los pantalones producen el exceso de sudor”, aseguró una mujer soltándolo al aire para todos con la boca muy abierta.
          Un hombre del asiento delantero, sombrero en mano, agitándolo alocadamente dijo: “A caballo no se sudaba la espalda, el sudor comenzó cuando todo mundo decidió caminar”.
          Una mujer junto al conductor, extendiendo sus manos para llamar la atención, comentó alzando la voz: “El televisor hace que los poros se tapen, por eso el sudor es rancio en muchos hombres”.
          Aún no terminaba de hablar la mujer cuando al fondo se escuchó: “El baño diario es la causa de tanto sudor, el cuerpo siempre se recubre para mantener su lozanía, es un elemento de la piel”.
          A menos de la mitad de la frase de la mujer al fondo un hombre con desorbitados ojos dijo: “El sudor es una excreción producida por el miedo, hombres valientes jamás sudaron en sus duras jornadas”.
          Al instante en que el hombre tomaba la palabra un anciano tembloroso gritó: “Con la vejez el sudor se produce con mucha menor frecuencia, ni bajo el sol se puede sudar en las mañanas”. Un joven gritó al mismo tiempo que el anciano: “El sudor es por el sol, pero sólo en verano”.
          Al mismo tiempo alguien vociferó: “Buena parte del sudor, en realidad es humedad del aire, lo demuestra la ciencia”. Alguien más expresó entre todas las voces: “Cuando alguien tiene sudor no puede mirarse al espejo, se siente una persona diferente”, otro indicó con voz varonil: “Eso no explica el sudor de las manos, el cual emana al no leer periódicos”, un hombre regordete se dejó caer en el pasillo gritando: “¡Sudo! ¡Sudo! ¡Por favor ayudarme!”. Una mujer delgada se encontraba ya en el pasillo, entre quejidos se frotaba el cuello y axilas para quitarse el sudor. Un hombre de camisa a cuadros y expresión confusa se torcía incomodo por el sudor que cubría su cuerpo. Todos sentían sudor en su cuerpo, sobre todo veían sus manos quejándose en gimoteos entrecortados, a punto de pedir piedad.
          El conductor se quitaba el sudor de la frente que fluía hacía sus ojos, el volante se le resbalaba de las manos, sus axilas le incomodaban, su espalda era cuerpo goteante. Sin embargo, él seguía conduciendo con paciencia, mirando el horizonte y a ratos con indiferencia a los pasajeros. Todos sudaban y daban lastimeros gritos. En medio del desierto, en la parte trasera del autobús un rotulo expresaba: Hospital psiquiátrico.


Julio 2017

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