martes, 27 de enero de 2015

Una noche en el panteón, por Joel Correa


Arturo se acercó al velador del panteón por su espalda, éste se encontraba viendo televisión en su oficina; el tipo de vigilantes que no esperan a alguien tan temprano. Sentado con el cuerpo flojo y sin apartar la vista de una aburrida película a blanco y negro no escuchó lo pasos que lo acechaban. Arturo tomó un palo de escoba y le dio un fuerte golpe en la cabeza, fue tan directo y en la cima del cráneo que el hombre se desmayó, había recibido un golpe directo pero no había muerto, él no tenía intenciones de asesinarlo por lo que lo amarró y lo colocó sobre un viejo sillón. Todo había comenzado, lo considerarían un delincuente y por la edad del velador podrían acusarlo de intento de homicidio, pero nada importaba, lo importante era que logaría el propósito de esa noche: pasar una noche en el panteón. Después de salir el teléfono no lo había desconectado, ni tampoco busco un sistema de radio en la oficina, pero ya  era demasiado tarde, había tomado el reto y bastaba esperar a que amaneciera. Quería demostrarles a todos que no era un cobarde.

Durante la noche se sintió aburrido, no había fantasmas, ni ruidos, nada de zombis o muertos saliendo de sus tumbas. Para entrar escaló la puerta principal y sin que nadie lo viera logró entrar. El lugar estaba frío y solitario y visto con la lámpara, que tenía poca batería, era tal como se ve de día, como se ve cualquier otro lugar lleno de muertos, únicamente con restos de gente bajo tierra. Pensaba en todas las historias de fantasmas que contaban en la escuela y en familia y que le aseguraba su padre que eran ciertas… O igual de tramposas que lo ocurrido el día que su amigo Oscar lo llevó al fondo de la escuela secundaria. “¿Puedes ver esa ventana que está al final? Dicen que es de una casa embrujada”, le había dicho su amigo al tiempo que llegaban sus otros compañeros corriendo detrás de él. Lo habían amarrado y le gritaban que lo dejarían ahí para que se lo llevara una bruja. Su amigo Oscar salió también corriendo, todo era una trampa.  
Llegaron los recuerdos de los abusos de sus compañeros, la ocasión que lo dejaron sólo en el bosque un día de excursión. Era la secundaría, era un viaje a una zona montañosa, y ni recordaba dónde había sido. Lo habían abandonado a mitad del camino “Corre, corre o te quedarás”… todos lo habían hecho enojar durante toda la vida, tratando de espantarlo con cosas que no existían. Ahora en preparatoria les iba a demostrar que no tenía miedo “Tú nunca entrarías al panteón porque eres un cobarde” le habían dicho en una fiesta. Salían todos de clase y había una fiesta en que beberían un poco, y como siempre, Arturo fue el centro de atención debido a sus ya conocidos miedos, muchos conocidos y muchos inventados; miedo a la noche, a sus compañeros, a quedarse sólo; era el alumno que todos maltrataban.

La noche fue tranquila, se había sumido en sus recuerdos desde el momento que entró, caminó a través de las tumbas observando y disfrutando del leve viento. A su alrededor estaban las tumbas con sus cruces y ángeles que lo vigilaban, no había ningún tipo de ruido; para darse una mayor seguridad realizó un pequeño recorrido, considerando no visitar la sección más antigua, la cual sí le daba miedo. Pasaron las horas y prefirió quedarse dentro del callejón que formaba un grupo de tumbas que simulaban mausoleos, en su recorrido no había encontrado otra cosa que el siseo del viento. Eligió el lugar como refugio, había acomodado una cama de periódicos, su cajetilla de cigarros y su medio litro de tequila. Se había prevenido de no emborracharse; tomó un trago y pensó qué dirían todos sus compañeros. Juan, Carlos y Diana sabían que iría al panteón esa noche y ya comunicaban a sus compañeros lo ocurrido; esa noche nadie creyó lo que se decía, y así los padres de Arturo no se enteraron de nada.
Escucho un leve quejido en la tumba en que se encontraba recargado, salto de miedo y tuvo el impuso de correr, de escalar a saltos la puerta principal. Escucho detenidamente y descubrió que era el viento al pasar por su pequeño callejón, ya estaba un poco bebido y sin que se diera cuenta ya había llegado la media noche, quedaban seis largas horas para el amanecer. Los árboles se movían con un extraño ritmo, era como si gigantes bailaran a su alrededor, sintió un poco de  miedo, también observó pequeños arbustos que movían cerca de él. Se dirigió al final del rincón, se cubrió con su chamarra la cara y prefirió no ver hacia afuera, lleno de miedo comenzó a gritar y pedir ayuda. Nadie lo escuchó, el viento que se movía en todas direcciones retenían sus palabras. Su cuerpo lo comenzaba a sentir frío y llegaron a su mente las palabras de sus compañeros, de sus padres, de sus familiares. No podía saber que decían esas palabras y petrificado por la sensación se desfalleció durante unos minutos.

Paso la noche sin ningún suceso extraño, había imaginado muchas cosas y no llegó a su escondite el fantasma que muchos decían que vagaba ahí, de la supuesta llorona que cada año visitaba el lugar, o el espíritu del anterior velador. Pasaron cuatro horas después de la media noche, por suerte no estaba es despierto a las tres horas – la supuesta hora maligna -, tampoco había escuchado gatos chichando como niños, ni brujas volando por los árboles. Faltaba poco para que saliera el sol y la noche no era realimente fría, decidió salir a caminar un poco. El silencio lo aterro, esperaba que algo lo hiciera correr, en cambio no había nada a su alrededor, algunas tumbas estaban abiertas y con miedo observo hacia adentro, estaban vacías, las bóvedas que estaban alrededor del panteón tenían flores marchitas, los ángeles vigilaban pero eran de tamaño tan pequeño que no daban miedo. Pasaron las horas y logró mantener la calma.

Pudo ver el cielo mucho más claro, incluso algunas estrellas que apenas alcanzaban a verse desaparecieron. La noche había terminado y el panteón era como una fotografía vista desde el momento en que entro, caminó con calma y se dispuso a terminar con su reto. Probaría a todos que no era un miedoso y que además las historias de fantasmas eran una tontería. Ahora podría patearles el trasero a todos, saldría y lo verían todos con respeto. Avanzó considerando que se quedaría un momento junto a la reja de entrada, y dentro del panteón, para que lo vieran sus amigos, a su lado podía ver los pasillos interminables de tumbas y ángeles, ya más nítidos por la luz.  Fue cuando sintió un fuerte jaloneo en su tobillo, cayó al suelo lastimándose la cara y codos, sintió que algo lo arrastraba hacía atrás. Era la mano de un muerto que no lo dejaba salir del panteón, lo sujetaba del tobillo con tanta fuerza que le fue imposible zafarse. En el suelo, y jadeando de miedo, y sin poder gritar, Arturo jaló su pierna lo más fuerte que pudo; frente a él estaba la puerta y no podía creer lo que le estaba pasando. El lleno de desesperación tuvo paro cardiaco y no logró escapar. Antes de morir miró la puerta y todo se nublo, intento alcanzarla pero lo invadió el dolor y el miedo… no se pudo ya mover.

Al siguiente día los vecinos reportaron un posible cuerpo sin vida en la entrada del panteón. La policía llegó junto con el vigilante, que habían encontrado amarrado y temblando de frío en su oficina. Revisaron el cuerpo de Arturo, lo encontraron con un cable enrollado al tobillo y con el pie casi cercenado.
El vigilante narró cómo lo había golpeado y amarrado para dejarlo casi sin vida y agradeció a los policías que lo hubieran ayudado. El doctor que revisó el cuerpo desenredo el alambre que Arturo tenía en su pie, “con la poca visibilidad de la madrugada pisó un alambre y al jalar su pie se hizo un fuerte nudo” narró el médico a los forenses que ya habían llegado al lugar. Se dictaminó que había muerto justo a la salida del sol, a las seis de la mañana, debido a un paro cardiaco por el accidente ocurrido. 


Los policías reían un poco y la gente ya comenzaba a mirar con morbo la entrada del panteón. El sol calentaba la mañana y en la ciudad se daban las terribles noticias a familiares y amigos. 



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